martes, 17 de septiembre de 2013

Yo, pecador

Señor, cuando me encierro en mí,
no existe nada:
ni tu cielo y tus montes,
tus vientos y tus mares;
ni tu sol, ni la lluvia de estrellas.
Ni existen los demás
ni existes Tú,
ni existo yo.
A fuerza de pensarme,
me destruyo.
Y una oscura soledad me envuelve,
y no veo nada y no oigo nada.
Cúrame, Señor,
cúrame por dentro,
como a los ciegos, mudos y leprosos,
que te presentaban.
Yo me presento.
Cúrame el corazón,
de donde sale lo que otros padecen
y donde llevo mudo y reprimido
el amor tuyo, que les debo.
Despiértame, Señor,
de este coma profundo,
que es amarme por encima de todo.
Que yo vuelva a ver,
a verte, a verles,
a ver tus cosas a ver tu vida,
a ver tus hijos….
Y que empiece a hablar,
como los niños, –balbuceando–,
las dos palabras más redondas
de la vida: PADRE NUESTRO.

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