viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidad, nacer a la Nueva Vida

Celebrar en Navidad el hecho de que Dios haya asumido nuestra condición humana, provoca que demos el verdadero valor a nuestra condición de hombres y mujeres. ¡Merece la pena ser hombre! Este acontecimiento debe impulsarnos a mirarnos con amor, a amar nuestra vida concreta, con sus disgustos, gozos y proyectos, a asumirnos en nuestra propia realidad porque desde que Dios se ha hecho hombre, desde que celebramos la Navidad, todo lo divino es perfectamente humano y todo lo perfectamente humano es también divino. Hablamos de lo verdaderamente humano, de aquello que hace a la persona ser verdaderamente persona, no de lo que lo limita, esclaviza o destruye y rebaja su dignidad de ser humano asumido por Dios. Navidad debe impulsarnos a mirar al otro desde la perspectiva del amor, el otro es mi hermano, posee la misma dignidad que yo, en él se ha encarnado también Dios y, por ello en él está Dios mismo y yo debo luchar, de una manera encarnada por su dignidad, es decir, porque el proyecto de Dios se cumpla en él.



Navidad nos debe motivar a vivir una nueva vida de alegría, de testimonio, de fraternidad y de caridad en la que seamos esa luz que brinde esperanza al mundo. Estamos llamados a poner esperanza en el mundo, recordando siempre a los hombres que no estamos solos pues Dios ha querido compartir nuestra existencia para siempre.



Navidad nos debe impulsar a salir al encuentro de los hombres, pero acercarnos a ellos con la misma actitud de Dios encarnado, es decir, con amor, con respeto y buscando su salvación, solidarizándose con sus problemas, en especial con los más necesitados, pobres y marginados.



Estamos llamados por la Navidad a vivir como Cristo: como hijos fieles de Dios y en fraternidad y solidaridad con los hombres, especialmente los más necesitados. Por la Navidad sabemos que Dios se preocupa de todo hombre; que Cristo lo considera un hermano; que el acceso a Dios pasa a través del hombre; que sólo conocen a Dios quienes han experimentado el amor, la justicia, la fraternidad... ¡Ojalá seamos capaces de oír la llamada que Dios nos lanza en esta y todas la Navidades a una vida nueva que haga realidad una sociedad nueva!



Hermano nuestra noche se ha iluminado. El niño que nace en Belén nos revela que todo posee un sentido secreto, tan profundo que el mismo Dios quiso asumirlo. La estrechez de nuestro mundo, en el que Dios ha hecho su entrada, tiene una salida favorable y un desenlace feliz: Merece la pena ser hombre pues Dios quiso ser uno de ellos.

El cristianismo no anuncia la muerte de Dios, sino la humanidad, la benevolencia y el amor humanitario de Dios. Miremos al fondo de los ojos del Niño y veremos cómo en ellos sonríe la humanidad, la jovialidad y la eterna juventud de nuestro Dios.



Tratemos, en esta noche de Navidad, de ser buenos, de ser mejores, de ser realmente hermanos los unos de los otros. Recordemos las palabras del poeta místico: "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano" (Angelus Silesius).



Asumamos con alegría nuestra existencia, como el mismo Cristo la asumió. Es justo que procuremos ser afables benévolos, alegres, dulces, sinceros y cariñosos. El mismo Dios lo experimentó y demostró que todo ello es posible.

Miremos con respeto a nuestras madres y a las mujeres, y descubramos en ellas, al menos hoy, en esta noche, un símbolo de la Virgen María. Fijémonos con detenimiento en nuestro prójimo, y recordemos que es hermano de Cristo y hermano nuestro, que en él Dios mismo está presente. Hagamos de cada hombre un prójimo, y de cada prójimo un hermano. Al menos en esta noche divina.



El cielo y la tierra cantan la noche apacible y santa de Dios: ¡Gloria a Dios en al cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!



¡Feliz Navidad Hermano! Lleva este mensaje de esperanza y amor a los de tu hogar. Enfrenta el riesgo de rodearte de Navidad.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Adviento... esperando la venida del Señor. Semana 4

"Está con nosotros"

"¡Mirad! Dios con nosotros..." (Mt 1, 18 - 24)



Antes de que nazca Jesús en Belén, Mateo declara que llevará el nombre de «Emmanuel», que significa «Dios-con-nosotros». Su indicación no deja de ser sorprendente, pues no es el nombre con que Jesús fue conocido, y el evangelista lo sabe muy bien.

En realidad, Mateo está ofreciendo a sus lectores la clave para acercarnos al relato que nos va a ofrecer de Jesús, viendo en su persona, en sus gestos, en su mensaje y en su vida entera el misterio de Dios compartiendo nuestra vida. Esta fe anima y sostiene a quienes seguimos a Jesús.

Dios está con nosotros. No pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición.

Dios está con nosotros. No escuchamos su voz. No vemos su rostro. Su presencia humilde y discreta, cercana e íntima, nos puede pasar inadvertida. Si no ahondamos en nuestro corazón, nos parecerá que caminamos solos por la vida.

Dios está con nosotros. No grita. No fuerza a nadie. Respeta siempre. Es nuestro mejor amigo. Nos atrae hacia lo bueno, lo hermoso, lo justo. En él podemos encontrar luz humilde y fuerza vigorosa para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte.

Dios está con nosotros. Cuando nadie nos comprende, él nos acoge. En momentos de dolor y depresión, nos consuela. En la debilidad y la impotencia nos sostiene. Siempre nos está invitando a amar la vida, a cuidarla y hacerla siempre mejor.

Dios está con nosotros. Está en los oprimidos defendiendo su dignidad, y en los que luchan contra la opresión alentando su esfuerzo. Y en todos está llamándonos a construir una vida más justa y fraterna, más digna para todos, empezando por los últimos.

Dios está con nosotros. Despierta nuestra responsabilidad y pone en pie nuestra dignidad. Fortalece nuestro espíritu para no terminar esclavos de cualquier ídolo. Está con nosotros salvando lo que nosotros podemos echar a perder.

Dios está con nosotros. Está en la vida y estará en la muerte. Nos acompaña cada día y nos acogerá en la hora final. También entonces estará abrazando a cada hijo o hija, rescatándonos para la vida eterna.

Dios está con nosotros. Esto es lo que celebramos los cristianos en las fiestas de Navidad: creyentes, menos creyentes, malos creyentes y casi increyentes. Esta fe sostiene nuestra esperanza y pone alegría en nuestras vidas.

(ECLESALIA, 15/12/10)


lunes, 13 de diciembre de 2010

Adviento... esperando la venida del Señor. Semana 3

¿ERAS TÚ QUIEN VENIA? (MT.11,2-11)

“¿Eras tú, por ventura, aquel que iba a venir? ¿Aquel que yo anunciaba al viento y a las nubes y a todo el que acudía a mi desierto a oírme?

¿Aquel Rey Justiciero capaz de poner orden en este perro mundo: derribando a los fuertes, ignorando a los sabios, despojando a los ricos?

¿Aquel Señor Mesías que cantaba Isaías, cuando hablaba de un Dios que traería el desquite, poniendo – como quedan al volver la tortilla- arriba los de abajo, los de encima, debajo?



Jesús de Nazaret, por ti aposté mi vida: creí cuando bajaste a la orilla del río que tú eras mi Mesías... y hoy me siento frustrado.

No me importa mi muerte que hoy presiento cercana pero, dime, ¡al oído! ¿tardarás mucho tiempo en cambiar de estrategia y enseñarles tus garras? O, tal vez... ¡Jesús, no me defraudes! ¿me equivoqué contigo y extravié mi vida?

Juan, Juan: yo bien quisiera puesta mi mano en tu hombro y mi boca en tu oreja desgranarte mis planes... Pero habrás de apañarte con lo que otros te cuenten para dar tú el gran salto de creer que te quiero”

"Daos cuenta del momento en que vivís" (Rm.13,11)

lunes, 6 de diciembre de 2010

Adviento... esperando la venida del Señor. Semana 2

"Voz que clama en el desierto..." (Mt 3, 1-12)



Ante la nueva situación, dentro y fuera de la Iglesia, nuestra conversión tendremos que implorarla al Espíritu y trabajarla entre todos.

Necesitamos otra manera de creer, de estar en el mundo como creyentes, de luchar por la justicia desde el Evangelio.

Cayeron entre nosotros las estructuras basadas en el poder y las mentalidades basadas en la ignorancia de Dios y del Evangelio que siguen siendo un fuerte bastión contra el que hemos de posicionarnos con valor.

Como el de Jesús, nuestro cambio se alimentará del estudio, la plegaria y el compromiso con los pobres. Ellos, eco profético del grito de Juan, nos ayudan a despojarnos de las torpes riquezas y de las falsas seguridades.

Ellos, los pobres, reflejan el rostro del Padre, triste y airado por el dolor de sus hijos. Mirándolos, recibiremos luz y energía para cambiar.

Cada paso hacia la justicia y la misericordia nos acercará a la paz.

El cambio es exigido por fidelidad al Evangelio y para hacer creíble nuestro mensaje. También para remover obstáculos en el seguimiento de Jesús.

Todo cambio cuesta porque supone ruptura, pero también libera y hace crecer. El cambio siempre será posible a condición de estar motivado. Los cambios rejuvenecen.

Nuestros motivos están en el Evangelio y en los pobres, nuestros hermanos heridos.

De nuestra conversión a los pobres brotará la oración, estimulada por la impotencia. De la oración surgirá otra mística, la de los profetas. El místico se acerca a Dios y lo trasluce. Su testimonio irradia conversión y esperanza. El profeta siente a Dios dentro y lo acerca a los hombres; por él los pobres reciben amor, dignidad y justicia.


"... preparen el camino al Señor, escuchen la Palabra de Dios ..."