a iluminar las sombras
con frágiles velas
protegidas de los vientos
con la palma de la mano,
ni a ser puros espejos
que reflejan luces ajenas,
cotizadas estrellas
dependientes de otros soles,
que como amos de la noche
hacen brillar las superficies
con reflejos pasajeros
a su antojo.
Tú nos ofreces
ser luz desde dentro, (Mt 5, 14)
cuerpos encendidos
con tu fuego inextinguible
en la médula del hueso, (Jr 20, 9)
zarzas ardientes
en las soledades del desierto
que buscan el futuro, (Ex 3,2)
rescoldo de hogar
que congrega a los amigos
compartiendo pan y peces, (Jn 21, 9)
o relámpago profético
que raje la noche
tan dueña de la muerte.
Tú nos ofreces
ser luz del pueblo, (Is 42, 6)
hogueras de Pentecostés
en la persistente combustión
de nuestros días
encendidos por tu Espíritu,
ser lumbre en ti,
que eres la luz,
fundido inseparablemente
nuestro fuego con tu fuego...
(Benjamn G. Buelta, sj)
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