Te esperan los maltratados, los hambrientos y olvidados,
te esperan los explotados por patrones empachados.
Te esperan los que no tienen ni prestigio, ni respeto,
te esperan los indefensos, los que mil veces han muerto.
El Adviento nos prepara la venida del Señor, más allá de su venida. Son los tiempos mesiánicos, siempre presentes y siempre soñados; tiempos vividos en la experiencia de la historia de la salvación, y tiempos que cada día están alcanzando nuestra vida.
Son sueños realizados y realidades que adelantan los sueños. Es el paraíso perdido y el paraíso vivido en momentos y personas, y el paraíso escatológico como recapitulación de todas las cosas.
Nos persigue siempre la idea del profeta ‘soñador’ de tiempos mejores, pero futuros; y olvidamos que el profeta es sobre todo ‘vidente’: no hace sino leer a la luz de su fe, lo que le rodea; conoce a las personas, descubre bajo el manto de la política, la economía, las relaciones sociales, lo que de gracia y pecado se esconde o aflora.
Los profetas, siempre a contra-pié. Levantan el ánimo, cuando todos caen y abajan las falsas expectativas cuando el pueblo se enajena de realidad. Y son capaces, los profetas, en un caso y otro, de percibir esos caminos del Señor siempre abiertos a la esperanza. Qué bien lo definió Juan XXIII, ‘sabían ver los signos de los tiempos'.
Hoy sucede lo mismo: tenemos que escuchar la voz de quienes saben comprender y denunciar la falsedad de una sociedad saciada, violenta, agresiva, distanciada de los pobres...
"En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, ni el Hijo. Solamente lo sabe el Padre."